martes, 1 de agosto de 2017

Camila Rodríguez Triana
Reflexiones de una cineasta sobre el cine Colombiano I
2015



Este año en especial se ha hablado mucho del buen momento que está atravesando el cine colombiano, hasta se ha dicho que es el mejor momento del mismo. Un buen momento que hace referencia al número de películas que se están produciendo y que se están estrenando en las salas de cine al año, un buen momento que habla del número de espectadores que han ido a ver estas películas y un buen momento que hace referencia a los premios que han obtenido las películas colombianas en los festivales de cine más importantes del mundo, como el Festival de cine de Cannes, el Festival de cine de Locarno, el Festival de Cine de San Sebastían, el Festival de cine de Toronto, entre otros. Un buen momento que hace referencia a cifras y a premios.

Pero yo creo que más allá de las cifras y los premios, para hablar de si el cine colombiano está atravesando o no su mejor momento, habría que preguntarse qué está pasando con el cine colombiano, qué tipo de películas se están produciendo, cuáles son las propuestas estéticas y artísticas que se están gestando en el cine colombiano, cuánto hemos avanzado en el lenguaje cinematográfico y, una pregunta que para mí es fundamental, si el cine colombiano y sus directores realmente están construyendo una mirada propia. 

Las cifras no mienten y el número de premios que han ganado las películas en los festivales es innegable. Pero es importante recordar que los premios, más que cualquier cosa, son espejismos que muchas veces nos ciegan y nos quitan análisis y reflexividad sobre lo que estamos haciendo y viendo y que el arte pocas veces puede ser medido en cifras. 

En el análisis que yo propongo en este primer texto tocaré tres puntos, que me parecen vitales frente al cine colombiano que se está produciendo hoy. Vitales para los periodistas, que se afanan siempre en llenar de adjetivos las obras y las personas, sin realizar análisis profundos. Vitales para el público que cree muy fácilmente en las evaluaciones que hacen los periodistas y en los premios entregados nacional e internacionalmente, quitándose, muchas veces, ellos mismos, el derecho a enfrentarse a las obras de manera libre y propia y repitiendo, por miedo a parecer ignorantes, todo lo que han escuchado que se dice, sin ir más allá de eso. Vitales para los que se encargan de hacer las evaluaciones sobre el cine colombiano, porque el cine, a mi manera de ver, debe ser analizado más allá de las cifras y los premios y, por sobretodo, vitales para los que estamos haciendo cine, porque yo creo que el cine no solo hay que hacerlo, sino también pensarlo. 

El primer punto de análisis que yo propongo, es, para el lenguaje cinematográfico, muy peligroso. Es innegable el avance técnico de la era digital que se ve en las películas del cine colombiano. La fotografía de las películas producidas últimamente creo que es, en la mayoría de los casos, el mayor atractivo. Planos estéticamente maravillosos, con imágenes llenas de luces y sombras que nos dejan boquiabiertos, a veces a color y a veces a blanco y negro; planos con movimientos de cámara antes muy difíciles de realizar y que hoy son un común denominador; planos donde la magestuosidad del entorno, del paisaje, resalta más que los demás elementos de la película. Es importante tener claro que, aunque varias de las películas producidas han sido filmadas en 35 mm, todas en la post-producción han pasado por correcciones digitales sobre sus imágenes. 

Pero ante este despliegue de imágenes fotográficamente maravillosas, pienso en una reflexión que leí del crítico de cine argentino Roger Koza en su página web “con los ojos abiertos”, en la que hacía una evaluación sobre las películas que se habían proyectado en varios de los festivales de cine más importantes de este año. En este texto, Koza nos lanzaba una preocupación y una advertencia. Su preocupación era si atrás de la belleza fotográfica, si atrás del esteticismo de las imágenes que se veía en el 99% de las películas programadas, había algo más y nos advertía sobre el peligro que esto significa. Películas que nos engañan, porque los ojos engañan. “(…) Pienso que debo empezar a ver las películas con mis oídos. Los ojos engañan. La claridad digital seduce, confunde, convence. Un director experimentado se entusiasma y dice que acaba de ver una película que es puro cine del bueno, cine arte. Tal vez le de un premio, insinúa. Está facultado para hacerlo. Los ojos engañan, acaso se trate de un antiquísimo problema epistemológico al que nadie le importa. Como sea, filmar bonito puede cualquiera, y si bien los prestidigitadores de hoy pueden pasar inadvertidamente por cineastas, a veces ni siquiera existe la voluntad del buen engaño: la profundidad de campo se esfuma en la mayoría de los planos y estos, a su vez, padecen de chatura. Los ojos engañan (…)”. 

Una reflexión importante que creo que debemos hacernos ante el cine colombiano que se está produciendo hoy. Yo, por mi parte, a la preocupación de Koza le sumaría unas preguntas mias, porque a mi manera de ver, la magestuosidad de los planos no es negativa en si misma, sino en lo vacío de la decisión que hay atrás de ella y que se hace evidente en las mismas películas: en cuántas de las películas que manejan este esteticismo en las imágenes, dicho esteticismo es coherente con lo que cuentan, con lo que son en su profundidad? En cuántas de esas películas este esteticismo nace de una necesidad propia de la obra y no de un interés vacío por la belleza o de la necesidad y el interés por cumplir con las características den prototipo de película? Desde cuándo creímos que un tipo de belleza fotográfica (esa que parece perfecta) debe estar por el simple hecho de la belleza misma? 

En la obra de arte cuando existe un elemento que sobresale por encima de los demás y que, de alguna manera los opaca, algo ha fallado, no hay obra de arte. No debemos olvidar que para un director como Andrei Tarkovsky, que ha influenciado altamente el cine que se está produciendo en Colombia y de lo que hablaré más adelante, una obra de arte era justamente aquella en que todos sus elementos son inseparables; aquella en donde no se puede privilegiar ningún elemento sobre otro; aquella en donde se crea realmente una unicidad inseparable. 

Pienso que el peligro del que nos advierte Koza, se ha convertido en una forma de ocultar nuestras insuficiencias, como ocurre con la música en muchas ocasiones. Es sabido por todos que la música es una arte que rápidamente nos lleva hacia una emoción y nos conecta con sensaciones que somos y es sabido también, en el cine, que muchas veces las insuficiencias en el lenguaje cinematográfico, son tapadas o disimuladas con música. Ya conocemos este peligro y, en este momento, siento que es importante advertir aquí del peligro del esteticismo fotográfico en el que está cayendo el cine y del que yo, me atrevo a decir, que muchas de las películas producidas en Colombia, son víctimas. Debemos tener en cuenta que la perfección fotográfica tiene el poder de maravillarnos fácilmente, ocultando así, nuestras deficiencias. Pero si no somos capaces de ver nuestras deficiencias, cómo las vamos a mejorar?
“(…) Lo cierto es que frente a tanta ostentación de perfección visual, basta con cerrar los ojos y escuchar el cine sin su expresión visual para detectar que casi todas las películas son asmáticas. ¿No se ha dicho aún? Las películas tosen, tienen flema, se infectan con pus. El horror frente al silencio se conjura a fuerza de software (…)” Roger Koza.  

Aquí, existe también, la necesidad de darle importancia al sonido en las películas.

El segundo punto de análisis que quiero proponer en este texto está relacionado con los discursos que acompañan las películas que se están produciendo. Todos discursos sociales. Los cineastas casi se han convertido en políticos, más que en cineastas y es sorprendente ver como todo el discurso sobre sus películas, no es más que una pose social y digo pose, porque en el 99% de los casos, al final se comprueba que su interés por esa causa no era tan cierto y que dura el tiempo que dura el recorrido de sus películas por los festivales y las salas de cine. 

Pero es que el discurso social también puede ser un muy buen elemento distractor para dejar en un segundo plano los desaciertos en el lenguaje cinematográfico, porque a todos nos gusta encontrar héroes abanderados por causas sociales y porque a todos nos gusta conmovernos y sentirnos buenos seres humanos, al redescubrir nuestra “sencibilidad”. Al lado de esto, todo parece secundario. Aún así, es importante recordar que estamos hablando de cine y que, por lo tanto, analizar las películas desde sus propuestas en lo cinematográfico y desde sus aciertos y desaciertos en esto, es fundamental. Habría que recordar, como lo dice Koza en uno de sus artículos: “(…) En verdad, en el cine se puede filmar cualquier cosa. El tema es siempre cómo y no tanto qué. Toda representación es una moral e incluso una política, mal que les pese a los militantes del subjetivismos radical (…) El cine es en primer lugar una forma sencible que organiza sus materiales en el espacio y el tiempo trabajando sobre la luz y el movimiento de los cuerpos (…)”. 

De todas formas, si fuera el caso de que en estas películas el discurso social es una parte fundamental en su propuesta, entonces algo está fallando, porque si, como dicen los directores y productores, se pretendía generar consciencia sobre alguna problemática social, creo que muy pocas películas lo han logrado realmente. Generar consciencia es muy diferente a permitirle al público conmoverse por el tiempo que dura la película y olvidarse de ello al salir del cine. Esto de lo único que da muestra, es de la complacencia del discurso con el público y de su misma falta de fuerza. Por lo que estas películas estarían generando en el público absolutamente lo contrario a lo pretendido. 

Pero el problema aquí va más allá de eso y está fundamentado en que no hemos querido aceptar que la tarea de un cineasta es hacer películas y que la pretensión de cambiar el mundo con ellas es demasiado alta. Una muestra de ello es la importancia que le dan varios de los fondos cinematográficos al discurso social y/o político que acompañan las películas. Al final, creo que si una película logra realmente generar cambios profundos en los espectadores, el silencio, hablaría mucho más que el discurso repetitivo. De todas maneras, hay que recordar, que el único ser que podemos cambiar es a nosotros mismos. Pretender haber cambiado a los otros, sin sentir realmente el discurso social que uno mismo repite, es un absurdo. 
De esto ya hablaba Roger Koza al analizar algunos de los premios entregados en Cannes este año (2015). “(…) El dilema de los premios estriba en que los jurados olvidan que han sido convocados como jurados de un festival de cine y no como rectores y tribunal de los buenos sentimientos. Si el humanismo está por encima de una película, pues entonces el jurado confunde sus prioridades. No son funcionarios de las Naciones Unidas, sino gente que debe poner en juego su juicio estético. Eso no quiere decir que una película no pueda transmitir una visión del mundo. Todo director organiza su escena y lo que sucede en ella es justamente una perspectiva de las cosas (…)”.

Para terminar propongo como tercer punto de análisis aquella pregunta sobre si los directores y/o cineastas colombianos están construyendo realmente una mirada propia. A mi parecer, de esto es de lo que más carece el cine colombiano en este momento. Al ver varias de las películas colombianas que se han producido los últimos años, es fácil reconocer sus influencias visuales y narrativas, porque casi se han copiado planos, estéticas y, lo más grave, formas de mirar. Pero el problema no es copiar o tener influencias, el problema es copiar por copiar, sin una razón de necesidad de la misma película, y el problema es cuando la influencia se apodera de nuestra mirada, dejándonos ciegos. Todos tenemos influencias y todos de alguna manera copiamos, pero hay un límite que hay que tener cuidado de no cruzar y es cuando esas influencias encarcelan nuestra sencibilidad y nuestra mirada. 

Es asombroso que varias de las películas que se han producido en los últimos años parecen de un mismo director, cuando han sido realizadas por directores diferentes. Lo que pasa es que tienen las mismas influencias. Para mí es algo preocupante y me arroja preguntas sobre lo que estamos haciendo. A esto me refería cuando en un párrafo anterior hablé sobre la influencia tan peligrosa que está teniendo en el cine colombiano directores como Andrei Tarkovsky, Bresson, Kurosawa, Coppola, entre otros tantos. Todos ellos maestros que es necesario estudiar y conocer, pero que tenemos que procurar que no nos dejen ciegos, apoderándose de nuestra propia mirada. Este es un problema que viene desde las escuelas de cine.

Parece que el rechazo del intelectual hacia el cine de Hollywood y hacia ese cine colombiano que es comedia y que viene de las series televisivas, nos ha llevado a copiar el estilo del cine europeo. Para mí, esta no es la solución, ni la manera de cambiar ese cine que se hace aquí que no nos gusta. En muchas de las películas del cine colombiano se siente esa prentensión, por lo que hemos caído en el grave error de hacer películas europerizadas. Grave error, porque aunque muchas de estas películas son absolutamente increibles, nos estamos quitando, nosotros mismos, la posibilidad de encontrar nuestra mirada en el cine que hacemos. Un problema que sobrepasa lo cinematográfico y que, a mi manera de ver, habla de lo que somos como colombianos. Pero es que al final el arte es un reflejo de lo que somos. 

También me he preguntado si la influencia del cine europeo en la cinematografía colombiana está relacionada con las ganas de llegar a los festivales de cine de Europa y ganar premios. Un buen método para ello sería analizar que estilo de películas son programadas allí y copiar o que directores han alcanzado la gloria en estos festivales y dejarse cegar por su influencia. Si es así, creo que esto esta trayendo sus frutos, pero me parece importante resaltar, nuevamente, que el arte debería ir más allá de los premios, las cifras y el éxito que promulga el sistema del capital, porque de otra forma, eso que nos hemos apresurado a llamar arte, no lo es. Pero, lo realmente preocupante, es que yo creo que la mayoría de los directores y productores no saben que se han quedado ciegos, porque en el otro caso por lo menos habría consciencia sobre lo que estamos haciendo, pero no la hay. Todos parecen convencidos de estar haciendo el mejor cine y de estar revolucionando la historia del cine, pero lo que estamos haciendo es volver un poco más europeo nuestro cine, lo que no es ninguna revolución. He de decir aquí que afortunadamente no son todos y que ya es una cuestión de cada uno la autoreflexión, si es que les interesa. 

En este sentido, pienso con algo de nostalgia en la época del cine de Mayolo, Luis Ospina y Andrés Caicedo. Me atrevo a decir, que en estos directores si había una mirada propia, por lo que su obra, si construía un cine con un sello colombiano y con un sello de cine de autor, que todos sabemos, no tiene nada que ver con la comedia y el cine heredero de las series de televisión y, para mí, allí recae su importancia.  No sé si ellos tenían menos miedo al fracaso o si en esa época, quizás, no existía la presión y la ansiedad por llegar a Cannes, como ocurre hoy en día. No deja de sorprenderme que a final de cada año, todas las producciones entran en una carrera desaforada para alcanzar a postularse a Cannes, sacrificando, algunas de las veces, las películas mismas. 
La persecución del éxito y la búsqueda por obtener la aprobación de los festivales europeos grandes sobre lo que hacemos, nos está haciendo un daño lamentable, porque yo creo que los directores que se están perfilando, tienen todas las capacidades para soltarse del cine de Europa y buscar su propia mirada y es una tristeza que no se estén atreviendo a hacerlo. Habría que recordar que los grandes maestros, esos que nos influencian, son grandes, por atraverse a desafiar lo establecido. Pero tengan en cuenta que lo establecido no es solo el cine de Hollywood, sino también el cine de Cannes. Está bien querer llegar a esos festivales, pero esto no se puede volver un objetivo que nos enceguesca de lo realmente importante. 

Lo que abre un espacio a la esperanza en este aspecto es que, he de decirlo también, hay unos pocos, poquísimos, directores que, en sus obras, si se puede empezar a constatar esa búsqueda por construirse como autores y artistas, como cineastas. Me imagino que su número minoritario es absolutamente normal, ya que en el mundo del cine también hay mucho de pose. También hay que recalcar, que muchas de las películas producidas en los últimos años son primeras y segundas películas, por eso es tan importante advertir de los peligros, en lugar de endiosar el cine colombiano por las cifras y los premios.




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