Camila Rodríguez Triana
Reflexiones de una cineasta sobre el cine Colombiano I
2015
Este año en especial se ha hablado mucho del buen
momento que está atravesando el cine colombiano, hasta se ha dicho que es el
mejor momento del mismo. Un buen momento que hace referencia al número de
películas que se están produciendo y que se están estrenando en las salas de
cine al año, un buen momento que habla del número de espectadores que han ido a
ver estas películas y un buen momento que hace referencia a los premios que han
obtenido las películas colombianas en los festivales de cine más importantes
del mundo, como el Festival de cine de Cannes, el Festival de cine de Locarno,
el Festival de Cine de San Sebastían, el Festival de cine de Toronto, entre
otros. Un buen momento que hace referencia a cifras y a premios.
Pero yo creo
que más allá de las cifras y los premios, para hablar de si el cine colombiano
está atravesando o no su mejor momento, habría que preguntarse qué está pasando
con el cine colombiano, qué tipo de películas se están produciendo, cuáles son
las propuestas estéticas y artísticas que se están gestando en el cine
colombiano, cuánto hemos avanzado en el lenguaje cinematográfico y, una
pregunta que para mí es fundamental, si el cine colombiano y sus directores
realmente están construyendo una mirada propia.
Las cifras no mienten y el número de premios que
han ganado las películas en los festivales es innegable. Pero es importante
recordar que los premios, más que cualquier cosa, son espejismos que muchas
veces nos ciegan y nos quitan análisis y reflexividad sobre lo que estamos
haciendo y viendo y que el arte pocas veces puede ser medido en cifras.
En el análisis que yo propongo en este primer texto
tocaré tres puntos, que me parecen vitales frente al cine colombiano que se
está produciendo hoy. Vitales para los periodistas, que se afanan siempre en
llenar de adjetivos las obras y las personas, sin realizar análisis profundos.
Vitales para el público que cree muy fácilmente en las evaluaciones que hacen
los periodistas y en los premios entregados nacional e internacionalmente,
quitándose, muchas veces, ellos mismos, el derecho a enfrentarse a las obras de
manera libre y propia y repitiendo, por miedo a parecer ignorantes, todo lo que
han escuchado que se dice, sin ir más allá de eso. Vitales para los que se
encargan de hacer las evaluaciones sobre el cine colombiano, porque el cine, a
mi manera de ver, debe ser analizado más allá de las cifras y los premios y,
por sobretodo, vitales para los que estamos haciendo cine, porque yo creo que
el cine no solo hay que hacerlo, sino también pensarlo.
El primer punto de análisis que yo propongo, es,
para el lenguaje cinematográfico, muy peligroso. Es innegable el avance técnico
de la era digital que se ve en las películas del cine colombiano. La fotografía
de las películas producidas últimamente creo que es, en la mayoría de los
casos, el mayor atractivo. Planos estéticamente maravillosos, con imágenes
llenas de luces y sombras que nos dejan boquiabiertos, a veces a color y a
veces a blanco y negro; planos con movimientos de cámara antes muy difíciles de
realizar y que hoy son un común denominador; planos donde la magestuosidad del
entorno, del paisaje, resalta más que los demás elementos de la película. Es
importante tener claro que, aunque varias de las películas producidas han sido
filmadas en 35 mm, todas en la post-producción han pasado por correcciones
digitales sobre sus imágenes.
Pero ante este despliegue de imágenes
fotográficamente maravillosas, pienso en una reflexión que leí del crítico de
cine argentino Roger Koza en su página web “con los ojos abiertos”, en la que
hacía una evaluación sobre las películas que se habían proyectado en varios de
los festivales de cine más importantes de este año. En este texto, Koza nos
lanzaba una preocupación y una advertencia. Su preocupación era si atrás de la
belleza fotográfica, si atrás del esteticismo de las imágenes que se veía en el
99% de las películas programadas, había algo más y nos advertía sobre el
peligro que esto significa. Películas que nos engañan, porque los ojos engañan.
“(…) Pienso que debo empezar a ver las películas con mis oídos. Los ojos
engañan. La claridad digital seduce, confunde, convence. Un director
experimentado se entusiasma y dice que acaba de ver una película que es puro
cine del bueno, cine arte. Tal vez le de un premio, insinúa. Está facultado
para hacerlo. Los ojos engañan, acaso se trate de un antiquísimo problema
epistemológico al que nadie le importa. Como sea, filmar bonito puede
cualquiera, y si bien los prestidigitadores de hoy pueden pasar
inadvertidamente por cineastas, a veces ni siquiera existe la voluntad del buen
engaño: la profundidad de campo se esfuma en la mayoría de los planos y estos,
a su vez, padecen de chatura. Los ojos engañan (…)”.
Una reflexión importante que creo que debemos
hacernos ante el cine colombiano que se está produciendo hoy. Yo, por mi parte,
a la preocupación de Koza le sumaría unas preguntas mias, porque a mi manera de
ver, la magestuosidad de los planos no es negativa en si misma, sino en lo
vacío de la decisión que hay atrás de ella y que se hace evidente en las mismas
películas: en cuántas de las películas que manejan este esteticismo en las
imágenes, dicho esteticismo es coherente con lo que cuentan, con lo que son en
su profundidad? En cuántas de esas películas este esteticismo nace de una
necesidad propia de la obra y no de un interés vacío por la belleza o de la necesidad y el interés por cumplir con las características den prototipo de película? Desde
cuándo creímos que un tipo de belleza fotográfica (esa que parece perfecta)
debe estar por el simple hecho de la belleza misma?
En la obra de arte cuando existe un elemento que
sobresale por encima de los demás y que, de alguna manera los opaca, algo ha
fallado, no hay obra de arte. No debemos olvidar que para un director como
Andrei Tarkovsky, que ha influenciado altamente el cine que se está produciendo
en Colombia y de lo que hablaré más adelante, una obra de arte era justamente
aquella en que todos sus elementos son inseparables; aquella en donde no se
puede privilegiar ningún elemento sobre otro; aquella en donde se crea
realmente una unicidad inseparable.
Pienso que el peligro del que nos advierte Koza, se
ha convertido en una forma de ocultar nuestras insuficiencias, como ocurre con
la música en muchas ocasiones. Es sabido por todos que la música es una arte
que rápidamente nos lleva hacia una emoción y nos conecta con sensaciones que
somos y es sabido también, en el cine, que muchas veces las insuficiencias en
el lenguaje cinematográfico, son tapadas o disimuladas con música. Ya conocemos
este peligro y, en este momento, siento que es importante advertir aquí del
peligro del esteticismo fotográfico en el que está cayendo el cine y del que
yo, me atrevo a decir, que muchas de las películas producidas en Colombia, son
víctimas. Debemos tener en cuenta que la perfección fotográfica tiene el poder
de maravillarnos fácilmente, ocultando así, nuestras deficiencias. Pero si no
somos capaces de ver nuestras deficiencias, cómo las vamos a mejorar?
“(…) Lo cierto es que frente a tanta ostentación de
perfección visual, basta con cerrar los ojos y escuchar el cine sin su
expresión visual para detectar que casi todas las películas son asmáticas. ¿No
se ha dicho aún? Las películas tosen, tienen flema, se infectan con pus. El
horror frente al silencio se conjura a fuerza de software (…)” Roger Koza.
Aquí, existe también, la necesidad de darle
importancia al sonido en las películas.
El segundo punto de análisis que quiero proponer en
este texto está relacionado con los discursos que acompañan las películas que
se están produciendo. Todos discursos sociales. Los cineastas casi se han
convertido en políticos, más que en cineastas y es sorprendente ver como todo
el discurso sobre sus películas, no es más que una pose social y digo pose,
porque en el 99% de los casos, al final se comprueba que su interés por esa
causa no era tan cierto y que dura el tiempo que dura el recorrido de sus
películas por los festivales y las salas de cine.
Pero es que el discurso social también puede ser un
muy buen elemento distractor para dejar en un segundo plano los desaciertos en
el lenguaje cinematográfico, porque a todos nos gusta encontrar héroes
abanderados por causas sociales y porque a todos nos gusta conmovernos y
sentirnos buenos seres humanos, al redescubrir nuestra “sencibilidad”. Al lado
de esto, todo parece secundario. Aún así, es importante recordar que estamos
hablando de cine y que, por lo tanto, analizar las películas desde sus
propuestas en lo cinematográfico y desde sus aciertos y desaciertos en esto, es
fundamental. Habría que recordar, como lo dice Koza en uno de sus artículos:
“(…) En verdad, en el cine se puede filmar cualquier cosa. El tema es siempre
cómo y no tanto qué. Toda representación es una moral e incluso una política,
mal que les pese a los militantes del subjetivismos radical (…) El cine es en
primer lugar una forma sencible que organiza sus materiales en el espacio y el
tiempo trabajando sobre la luz y el movimiento de los cuerpos (…)”.
De todas formas, si fuera el caso de que en estas
películas el discurso social es una parte fundamental en su propuesta, entonces
algo está fallando, porque si, como dicen los directores y productores, se
pretendía generar consciencia sobre alguna problemática social, creo que muy
pocas películas lo han logrado realmente. Generar consciencia es muy diferente
a permitirle al público conmoverse por el tiempo que dura la película y olvidarse
de ello al salir del cine. Esto de lo único que da muestra, es de la
complacencia del discurso con el público y de su misma falta de fuerza. Por lo
que estas películas estarían generando en el público absolutamente lo contrario
a lo pretendido.
Pero el problema aquí va más allá de eso y está
fundamentado en que no hemos querido aceptar que la tarea de un cineasta es
hacer películas y que la pretensión de cambiar el mundo con ellas es demasiado
alta. Una muestra de ello es la importancia que le dan varios de los fondos
cinematográficos al discurso social y/o político que acompañan las películas.
Al final, creo que si una película logra realmente generar cambios profundos en
los espectadores, el silencio, hablaría mucho más que el discurso repetitivo.
De todas maneras, hay que recordar, que el único ser que podemos cambiar es a
nosotros mismos. Pretender haber cambiado a los otros, sin sentir realmente el
discurso social que uno mismo repite, es un absurdo.
De esto ya hablaba Roger Koza al analizar algunos
de los premios entregados en Cannes este año (2015). “(…) El dilema de los
premios estriba en que los jurados olvidan que han sido convocados como jurados
de un festival de cine y no como rectores y tribunal de los buenos
sentimientos. Si el humanismo está por encima de una película, pues entonces el
jurado confunde sus prioridades. No son funcionarios de las Naciones Unidas,
sino gente que debe poner en juego su juicio estético. Eso no quiere decir que
una película no pueda transmitir una visión del mundo. Todo director organiza
su escena y lo que sucede en ella es justamente una perspectiva de las cosas
(…)”.
Para terminar propongo como tercer punto de
análisis aquella pregunta sobre si los directores y/o cineastas colombianos
están construyendo realmente una mirada propia. A mi parecer, de esto es de lo
que más carece el cine colombiano en este momento. Al ver varias de las
películas colombianas que se han producido los últimos años, es fácil reconocer
sus influencias visuales y narrativas, porque casi se han copiado planos,
estéticas y, lo más grave, formas de mirar. Pero el problema no es copiar o
tener influencias, el problema es copiar por copiar, sin una razón de necesidad
de la misma película, y el problema es cuando la influencia se apodera de
nuestra mirada, dejándonos ciegos. Todos tenemos influencias y todos de alguna
manera copiamos, pero hay un límite que hay que tener cuidado de no cruzar y es
cuando esas influencias encarcelan nuestra sencibilidad y nuestra mirada.
Es asombroso que varias de las películas que se han
producido en los últimos años parecen de un mismo director, cuando han sido
realizadas por directores diferentes. Lo que pasa es que tienen las mismas
influencias. Para mí es algo preocupante y me arroja preguntas sobre lo que
estamos haciendo. A esto me refería cuando en un párrafo anterior hablé sobre
la influencia tan peligrosa que está teniendo en el cine colombiano directores
como Andrei Tarkovsky, Bresson, Kurosawa, Coppola, entre otros tantos. Todos
ellos maestros que es necesario estudiar y conocer, pero que tenemos que
procurar que no nos dejen ciegos, apoderándose de nuestra propia mirada. Este
es un problema que viene desde las escuelas de cine.
Parece que el rechazo del intelectual hacia el cine
de Hollywood y hacia ese cine colombiano que es comedia y que viene de las
series televisivas, nos ha llevado a copiar el estilo del cine europeo. Para
mí, esta no es la solución, ni la manera de cambiar ese cine que se hace aquí
que no nos gusta. En muchas de las películas del cine colombiano se siente esa
prentensión, por lo que hemos caído en el grave error de hacer películas
europerizadas. Grave error, porque aunque muchas de estas películas son
absolutamente increibles, nos estamos quitando, nosotros mismos, la posibilidad
de encontrar nuestra mirada en el cine que hacemos. Un problema que sobrepasa
lo cinematográfico y que, a mi manera de ver, habla de lo que somos como
colombianos. Pero es que al final el arte es un reflejo de lo que somos.
También me he preguntado si la influencia del cine
europeo en la cinematografía colombiana está relacionada con las ganas de
llegar a los festivales de cine de Europa y ganar premios. Un buen método para
ello sería analizar que estilo de películas son programadas allí y copiar o que
directores han alcanzado la gloria en estos festivales y dejarse cegar por su
influencia. Si es así, creo que esto esta trayendo sus frutos, pero me parece
importante resaltar, nuevamente, que el arte debería ir más allá de los
premios, las cifras y el éxito que promulga el sistema del capital, porque de
otra forma, eso que nos hemos apresurado a llamar arte, no lo es. Pero, lo
realmente preocupante, es que yo creo que la mayoría de los directores y
productores no saben que se han quedado ciegos, porque en el otro caso por lo
menos habría consciencia sobre lo que estamos haciendo, pero no la hay. Todos
parecen convencidos de estar haciendo el mejor cine y de estar revolucionando
la historia del cine, pero lo que estamos haciendo es volver un poco más europeo
nuestro cine, lo que no es ninguna revolución. He de decir aquí que
afortunadamente no son todos y que ya es una cuestión de cada uno la
autoreflexión, si es que les interesa.
En este sentido, pienso con algo de nostalgia en la
época del cine de Mayolo, Luis Ospina y Andrés Caicedo. Me atrevo a decir, que
en estos directores si había una mirada propia, por lo que su obra, si
construía un cine con un sello colombiano y con un sello de cine de autor, que
todos sabemos, no tiene nada que ver con la comedia y el cine heredero de las
series de televisión y, para mí, allí recae su importancia. No sé si
ellos tenían menos miedo al fracaso o si en esa época, quizás, no existía la
presión y la ansiedad por llegar a Cannes, como ocurre hoy en día. No deja de sorprenderme
que a final de cada año, todas las producciones entran en una carrera
desaforada para alcanzar a postularse a Cannes, sacrificando, algunas de las
veces, las películas mismas.
La persecución del éxito y la búsqueda por obtener
la aprobación de los festivales europeos grandes sobre lo que hacemos, nos está
haciendo un daño lamentable, porque yo creo que los directores que se están
perfilando, tienen todas las capacidades para soltarse del cine de Europa y
buscar su propia mirada y es una tristeza que no se estén atreviendo a hacerlo.
Habría que recordar que los grandes maestros, esos que nos influencian, son
grandes, por atraverse a desafiar lo establecido. Pero tengan en cuenta que lo
establecido no es solo el cine de Hollywood, sino también el cine de Cannes.
Está bien querer llegar a esos festivales, pero esto no se puede volver un
objetivo que nos enceguesca de lo realmente importante.
Lo que abre un espacio a la
esperanza en este aspecto es que, he de decirlo también, hay unos pocos,
poquísimos, directores que, en sus obras, si se puede empezar a constatar esa
búsqueda por construirse como autores y artistas, como cineastas. Me imagino
que su número minoritario es absolutamente normal, ya que en el mundo del cine
también hay mucho de pose. También hay que recalcar, que muchas de las
películas producidas en los últimos años son primeras y segundas películas, por
eso es tan importante advertir de los peligros, en lugar de endiosar el cine
colombiano por las cifras y los premios.
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